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mardi 21 juillet 2009

PADRE

Padre...y bajaba por la alfombra roja y arabescos, hasta

tu cuarto en el que respirabas verdes de guerras dolorosas,

tras los postigos siempre entreabiertos a los crepúsculos

que sucedían día tras día.


Padre... silencios, pedidos de silencios que acatábamos

para aprender de una soledad humana que equilibraba las

horas de vigilia, de dolor muscular por trabajos forzados.


Padre... y amabas el dinero que costaba la vida, la rutina

feliz que te inventaste, a esa mujer que siempre estuvo en

fuga para sentir tus brazos estirados llamándola, y que pedía

tu cuerpo alucinando.


Padre...y eras tan grande, que cuando tú reías yo veía el imperio

en donde te crearon y tu lengua materna me llevaba al inicio

de una era, nada menos aquella que pagó por lo nuevo del

cambio, con un asesinato.


Padre... pero tuviste Dios. Una madera de la cruz de Cristo

guardada en relicario colgando de tu cuello, extraña plata

desgastada, extrañas formas, lejana pertenencia. Un día lo

entregaste a tus hijos amados para ceder tu cruz: madera y

clavos.


Padre... y te gustaba el mar... Reías como un niño y me

incitabas, una vez más, una vez mas. Yo ya no me subía a

tus hombros porque había crecido, y antaño el río era más

manso, pero ahora la furia majestuosa separó nuestros

cuerpos con una distancia que vino del océano para que

solamente escuche: una vez mas.


Padre... anochece, tendré que irme, descansa. ¿Te apago la luz?

Y ese casual consentimiento repicó en mis pasos sobre el

mosaico brillante, anochecido, hasta tocó una fibra dentro

mío, mezcla de autoridad y despedida, y nos perdimos

caminando.


NORMA MENASSA

Argentina, 1938