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vendredi 10 avril 2009

FÚTBOL

Rueda la esfera sobre el verde,
no comenzó sola su camino,
con ella rueda el pie,
rueda la fuerza de la atlética rodilla,
rueda todo el cuerpo inclinado
hacia adelante, ruedan
los pensamientos del jugador.
Fue golpeada con la fuerza precisa,
y ahora es una cría de cebra
huyendo del tórrido verano.
El jugador la mira,
seguro de su destino.
El corazón del público
es un campo desolado,
después de una batalla.
Ha detenido su latir, o mejor,
ha transferido su latir
a ese vástago de pingüino
que devora cada brizna de hierba,
y se dirige a los brazos
de esa madre que lo amará
con envolvente abrazo.
El jugador, que piensa
en su negocio de naranjas en Conéctica,
que anoche acarició a su mujer
con la misma mano que ahora reza.
El jugador, para el que ese gol
sería aún cien veces
más placentero que un orgasmo.
El jugador, que paga los impuestos,
y a veces llora leyendo a Paul Eluard,
ya casi lo celebra,
en su retina, impreso está el esférico
en la red que no pesa.
Pero el contrario, también
se acostó sobre el verde
a la hora precisa.
También lanzó su pierna
a la hora precisa.
El balón se detiene,
el corazón del público
es un estruendo atroz.
El jugador siente la efervescencia
de su ímpetu.
El contrario esboza una sonrisa
perpendicular al verde.
Y el esférico es una lágrima,
blanca y negra,
sobre el desolado tablero de ajedrez.

ALEJANDRA MENASSA DE LUCIA

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